Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 29 de diciembre de 2011

Héroes y bienaventurados (6)


“Bienaventurados los limpios de corazón, 
porque ellos verán a Dios”

Es difícil no mancharse, porque en torno tuyo todo deja huella. Es difícil. Hay que ser mucho más que un héroe para andar sobre barro sin ensuciarse los pies. Hay que ser, incluso, más que santo.

Lo suyo es intentar mancharse lo menos posible, pero lo más importante para mantenerse limpio es lavarse. Por eso, bienaventurados los que se dejan limpiar por Dios, porque ellos podrán albergarle en su corazón. No hay pecado que Él no pueda y quiera limpiar.

Bienaventurados los que piden perdón, porque ellos serán perdonados. No se puede aspirar al perdón si no se reconocen los errores cometidos. No se puede pedir perdón sin reparación.

Bienaventurado el que escoge el encuentro y la reconciliación, el que pone su vista en lo trascendente, el que apuesta por su felicidad completa en otra parte, el que elige negarse a sí mismo para encontrar a Dios. No es un héroe aquél que hace lo único posible, sino el que teniendo distintas posibilidades opta por la heroicidad. Y lo heroico hoy, en este tiempo y lugar, es la pureza de alma y corazón.

Nos olvidamos y no somos conscientes de a quién debemos rendir cuentas es ante Dios. La verdadera minuta será ésa. La única que tiene sentido. La que marcará nuestra vida eterna. Lo verdaderamente importante. Negar el juicio implica no encontrar razones para mantenerse limpio.

¿Me dejo guiar por Dios? ¿Me preocupo de mantener mi alma y corazón limpios para Él? ¿Reparo el daño que causo? ¿Soy de los que ponen la mano en el fuego o de los que siempre ven oscuras intenciones, maquinaciones y conspiraciones?

No sé si es torpeza o complicidad —o una mezcla suicida de ambas— pero cada vez nos cuesta más detectar las trampas que nos rodean. Incluso algunas las asumimos con total naturalidad. Y son muchas y variadas.

Y no sólo eso. Con nuestro silencio cómplice también colaboramos a la expansión de la miseria que ensucia nuestros corazones. Personal y colectivamente. Cada vez que transigimos damos un paso más, abrimos un poco más la puerta.

Dicen que si echamos una rana en una olla con agua hirviendo, ésta saltará de inmediato fuera de la misma, pero que si ponemos esa misma rana en una olla con agua fría, la ponemos al fuego y la vamos calentando poco a poco, la rana se cocerá viva.

Ésa es la táctica. Y poco a poco, todos vamos cayendo. Y cociéndonos...

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