Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 1 de diciembre de 2011

Héroes y bienaventurados (2)


“Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados”

Parece difícil de conciliar. asociamos el llanto a la tristeza, a la pérdida, al dolor. ¿Cómo puede darnos eso la felicidad? Quizá porque bienaventurados son los que sienten el vacío en su interior, ya que Dios puede y quiere llenarlo.

Ése es el gran problema de muchas personas. Sienten el vacío, pero intentan llenarlo de cosas, objetos, ideas, personas, ... sin darse cuenta de que a la única persona que necesitan y puede llenar sus vidas es Dios.

Hay que ser muy valiente para decirlo. Y para asumirlo.

Por eso, y aunque parezca una incongruencia, bienaventurados son los que sufren al apartarse de Dios, porque ése es el primer paso del regreso. Porque sin ser conscientes de la causa del dolor interno que corroe nuestras almas no hay cura. El enfermo, primero, debe reconocerse enfermo. Después, acudir al médico.

Bienaventurado es también aquél que acepta el sufrimiento por amor, el que es capaz de encontrar sentido al sacrificio, el que elige la vía del esfuerzo, frente a la de la reclamación, el que no huye de sus demonios, sino que les planta batalla en su interior.

Las mayores heroicidades son las que se realizan de puertas adentro. En el interior de cada uno de nuestros corazones. Ahí es donde se libra la guerra. Ahí es donde está el conflicto. Ahí hay que aplicar los remedios.

Y el único remedio es Dios. Los héroes que reconocen por qué lloran lo saben. Y lo gritan al mundo con su ejemplo. Por eso, también, bienaventurados.

¿Le amas más que éstos? ¿Le amas? ¿Le quieres? ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por Él? ¿Buscas la felicidad en Dios, o a la felicidad y a Dios por separado?

Nos rebelamos contra el dolor, la enfermedad, las dificultades y las pruebas y somos incapaces de descubrir en ellas la parte que nos corresponde de la Cruz del Señor. ¡Qué grande es ver sufrir a alguien con una sonrisa en la boca, sin una palabra de queja y dando gracias a Dios! Eso no es masoquismo. Es heroicidad.

Hemos endurecido nuestros corazones para no tener que reconocer nuestros pecados personales y colectivos y nuestra desidia para buscar la reconciliación y el perdón de Aquél que es el único ante quien tenemos que rendir cuentas algún día. ¡Cuánto cuesta pedir perdón, perdonar y ser perdonado! Confesar nuestros pecados no es signo de debilidad o exhibicionismo. También es heroicidad.

Nosotros mismos nos hemos convertido en ocasiones en causa de llanto y dolor. Bienaventurados los que no...

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