Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 8 de diciembre de 2011

Héroes y bienaventurados (3)


“Bienaventurados los mansos, 
porque ellos recibirán la tierra por heredad”

No es fácil ser manso y aceptar la voluntad de Dios sin un mal gesto, sin una queja, sin un atisbo de desgana. Quizá porque no es fácil discernir qué es y qué no es voluntad de Dios. O porque no nos interesa que sea fácil. En el fondo, la mansedumbre es una cuestión de actitud ante lo que te sucede en esta vida.

Por eso, la bienaventuranza puede referirse, perfectamente, a los esclavizados del mundo, porque Dios puede liberarles. A aquéllos que se sienten oprimidos, marginados, discriminados, ausentes y viven tales situaciones como un ofrecimiento al Señor.

Resulta difícil no rebelarse ante la injusticia... Y probablemente Dios no quiere que quedemos pasivos ante la misma, sobre todo cuando atañe a los demás. Pero una cosa es luchar por la justicia en el mundo, y otra la actitud con que se hace, sobre todo cuando hablamos de injusticias que sufrimos en nuestras propias carnes...

Es complicado. Al menos para mí. Y sólo cada uno lo sabe en cada momento y situación, pero es de héroes someterse a Dios con mansedumbre, con obediencia ciega y confiada. Bienaventurados ellos, porque ya han comenzado a gozar de la verdadera libertad. No la que reclama y por la que clama este mundo, sino una mucho más importante y duradera. La libertad que sólo Dios es capaz de darnos. La libertad que nade puede quitarnos. La libertad que reside en nuestro interior, en nuestras almas.

Por eso es bienaventurado el que escoge servir a Dios, el que no se opone a su voluntad cuando no le gusta, el que desecha sus proyectos cuando no son de Dios, el que se deja moldear y utilizar por Él.

No hay mayor ejercicio de libertad que la renuncia voluntaria a la misma por amor. Pero hay que ser muy valiente para hacerlo.

¿Me rebelo ante Dios cuando las cosas no pasan como yo quisiera o había planeado? ¿Soy fiel a la voluntad de Dios cuando ésta no coincide con la mía? ¿Soy capaz de renunciar a lo que “me pide el cuerpo”, para hacer lo que me pide Dios?

Los héroes a los que hoy pretendo señalar sí son capaces de hacerlo. ¡Y sin que se note! Con alegría. Con sonrisas. Con buenas palabras y gestos. Con amabilidad.

Los demás, en estos casos, sembramos iras y animosidades. Aceptamos lo que nos pasa porque no nos queda otro remedio, sin confianza, con malos humos. Y con ello, colaboramos a mantener los odios, crear rencillas, alimentar antipatías e intolerancias contra los que no piensan como nosotros, contra los que son más agraciados que nosotros.

Incluso, a veces, nos atrevemos a rebelarnos ante Dios, a rechazar su voluntad.

Hay que ser muy héroe para parecerse al santo Job. Bienaventurados los que viven con esa actitud...

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