Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

sábado, 27 de octubre de 2012

Amancio Ortega


Se trata de uno de los hombres más ricos del mundo. Acaba de donar -a través de su fundación- 20 millones de euros a Cáritas para colaborar en su labor social de atención a los más desfavorecidos de nuestra sociedad.

Veinte millones de euros es muchísimo dinero. Mucho, mucho. Probablemente, para don Amancio Ortega no llegue al nivel de aquella anciana del relato evangélico que sólo entregó dos monedas, pero que eran todo cuanto tenía. Aún así, esos veinte millones van a hacer mucho bien.

También puede ser cierto que don Amancio Ortega resulte beneficiado por este donativo a nivel de imagen social, y que sus empresas o él mismo se habrán podido desgravar un porcentaje del mismo en sus impuestos. Aún así, esos veinte millones en manos de Cáritas van a llegar a muchas personas.

Porque precisamente es por esta razón por lo que les comento este acto de beneficencia aquí. No es anónimo, evidentemente. Y dada la fortuna del donante, tampoco podrá ser calificado de heroico por el importe del donativo, aunque sea una cifra objetivamente enorme... Pero que alguien declare abiertamente su confianza en Cáritas para llegar a ofrecerle esa cantidad de dinero, sí merece la pena ser destacado.

Y es que en esta sociedad -o en parte de ella- en la que se persigue a la Iglesia, que alguien que se expone al refrendo público en sus negocios como lo hace el dueño de Zara no tenga ningún problema en dejar clara su preferencia por una institución de la Iglesia para gestionar su preocupación caritativa y social dice muchísimo de ambos. En don Amancio habla de valor y sinceridad. De Cáritas habla de su eficacia, confiabilidad y transparencia. De esto les he querido hablar aquí.

jueves, 18 de octubre de 2012

DOMUND


Celebramos este domingo la Jornada Mundial de las Misiones. Por supuesto que hoy, y a lo largo de la historia, el papel de los misioneros es heroico, pero déjenme ser muy breve y hacerles hincapié en un pequeño aspecto: la heroicidad también es compartida para toda la diócesis que envía a sus sacerdotes en misión a otros países.

No olviden que la vieja Europa ya no es la cristiana Europa. Estamos en tierra de misión. Y además hay escasez real de vocaciones. Así que, cuando enviamos a uno de nuestros sacerdotes o seglares como misioneros estamos compartiendo no de lo que nos sobra, sino de lo poco que tenemos.

La generosidad no consiste en repartir migajas. Visto el número de misioneros, la diócesis de Valencia no no hace. Repartir migajas, se entiende...

jueves, 11 de octubre de 2012

Las sorpresas del Espíritu


Cuando el 28 de octubre de 1958 el cónclave de cardenales eligió como sucesor de Pío XII a Juan XXIII, con casi 77 años de edad, el mundo se sorprendió. Después, lo veneró. No pocos “expertos vaticanistas” calificaron al nuevo pontífice como una figura de transición ante la imposibilidad de los cardenales de ponerse de acuerdo sobre una persona con mayor recorrido vital...

Probablemente ni el mundo, ni los expertos, ni los cardenales, pensaron que aquel viejo sacerdote —sus formas y palabras demostraron que nunca dejó de serlo— tenía un gran papel reservado en la historia de la Iglesia: la convocatoria del Concilio Vaticano II, en 1962. ¿Quién ha dicho que el Espíritu Santo no actúa en todos los ámbitos y estamentos de la Iglesia?

Quizá precisamente por su longevidad, Juan XXIII era la persona ideal para no tener miedo de plantear ese gran foro de aire fresco que supuso el Vaticano II. Dicen los cronistas romanos que Pablo VI —que sucedió a Juan XXIII y continuó con los trabajos del Concilio hasta ponerle fin en 1965— no se hubiera atrevido a abrirlo, y que Juan XXIII no hubiera sido capaz de cerrarlo. Probablemente ésta es una simplificación injusta con ambos pontífices, pero viene a dar la razón a los que piensan —pensamos— que el Espíritu Santo siempre encuentra caminos para llegar, aunque a veces, a priori, parezcan los menos apropiados...

Los que solo hemos conocido a la Iglesia tras el Vaticano II no podemos hacernos ni una remota idea de lo que éste supuso —y supone— para la Iglesia. De verdad. No exagero.

Por eso hoy, fecha que coincide con el 50º aniversario de la apertura del Concilio, y del Año de la fe, convocado por el Papa Benedicto XVI con motivo de esa efemérides, esta columna quiere rendir tributo a todos los hombres y mujeres que trabajaron, especialmente desde lo desapercibido, en aquella asamblea, haciéndola posible.

Y lo hicieron dejándose llevar, aún sin saber ni tener muy claro a dónde conducía todo aquel esfuerzo, confiando plenamente en el Espíritu. Por eso, son nuestros héroes anónimos del día.

jueves, 4 de octubre de 2012

Sin recortes


Hay que ser de una pasta especial. Sólo hay que verles trabajar de cerca para comprenderlo. Hablo de la profesión médica. Y más concretamente, de enfermeras/os y auxiliares de enfermería. Que no se me enfaden los médicos, pero su trato nunca es tan cercano, habitual y cotidiano...

Se nota cuándo algo es vocacional y cuándo no lo es. El cariño, la consideración, el respeto a la dignidad del enfermo incluso cuando éste no pone nada de su parte e incluso se muestra agresivo. No todos son iguales en esto, por eso hablaba de vocación...

Y además están los familiares que, con su preocupación lógica, a veces dificultan más que arreglan.

No me entiendan mal. Estos profesionales también trabajan por dinero. También les afectan los recortes. También tienen cargas y obligaciones familiares. Y deseos, caprichos y aspiraciones. Y puede que hasta cuestiones inconfesables... Pueden estar indignados, pero lo cierto es que, en esta última semana en que he tenido oportunidad de verlo, la atención a los pacientes, al menos por su parte, no ha sido recortada. No podía ser de otra manera, ni debería serlo nunca. A fin de cuentas, lo importante en este caso no se paga con dinero, derechos o privilegios.