Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 11 de octubre de 2012

Las sorpresas del Espíritu


Cuando el 28 de octubre de 1958 el cónclave de cardenales eligió como sucesor de Pío XII a Juan XXIII, con casi 77 años de edad, el mundo se sorprendió. Después, lo veneró. No pocos “expertos vaticanistas” calificaron al nuevo pontífice como una figura de transición ante la imposibilidad de los cardenales de ponerse de acuerdo sobre una persona con mayor recorrido vital...

Probablemente ni el mundo, ni los expertos, ni los cardenales, pensaron que aquel viejo sacerdote —sus formas y palabras demostraron que nunca dejó de serlo— tenía un gran papel reservado en la historia de la Iglesia: la convocatoria del Concilio Vaticano II, en 1962. ¿Quién ha dicho que el Espíritu Santo no actúa en todos los ámbitos y estamentos de la Iglesia?

Quizá precisamente por su longevidad, Juan XXIII era la persona ideal para no tener miedo de plantear ese gran foro de aire fresco que supuso el Vaticano II. Dicen los cronistas romanos que Pablo VI —que sucedió a Juan XXIII y continuó con los trabajos del Concilio hasta ponerle fin en 1965— no se hubiera atrevido a abrirlo, y que Juan XXIII no hubiera sido capaz de cerrarlo. Probablemente ésta es una simplificación injusta con ambos pontífices, pero viene a dar la razón a los que piensan —pensamos— que el Espíritu Santo siempre encuentra caminos para llegar, aunque a veces, a priori, parezcan los menos apropiados...

Los que solo hemos conocido a la Iglesia tras el Vaticano II no podemos hacernos ni una remota idea de lo que éste supuso —y supone— para la Iglesia. De verdad. No exagero.

Por eso hoy, fecha que coincide con el 50º aniversario de la apertura del Concilio, y del Año de la fe, convocado por el Papa Benedicto XVI con motivo de esa efemérides, esta columna quiere rendir tributo a todos los hombres y mujeres que trabajaron, especialmente desde lo desapercibido, en aquella asamblea, haciéndola posible.

Y lo hicieron dejándose llevar, aún sin saber ni tener muy claro a dónde conducía todo aquel esfuerzo, confiando plenamente en el Espíritu. Por eso, son nuestros héroes anónimos del día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario