Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 29 de noviembre de 2012

Prioridades


Todavía quedan héroes anónimos de verdad. De los que hablan y hacen, o viceversa. De los que tienen claro lo que es primero y lo que es después, aunque el después también pueda ser importante.

El miércoles leía en la prensa dos noticias.

La primera era un llanto al cielo. Un niño de seis años, y unos padres que contemplan el futuro con toda la incertidumbre posible. “Si no lo operan, morirá”, era el titular.

Ese mismo día, en otro medio, leía esta otra noticia: “Una ONG sufraga el tratamiento de 2.000 euros del perro quemado”.

No seré yo quien niegue el respeto y amor por los animales, ni quien deje de denunciar la crueldad de la que puedan ser objeto. Pero creo que es una cuestión de prioridades. Ya sé que es demagógico, pero pienso que nadie debería gastarse un euro en comida para gatos (o perros) mientras exista un solo ser humano que pase y muera de hambre. O al menos yo no podría hacerlo con la conciencia tranquila.

Un día antes, la princesa de Asturias, doña Letizia, aparecía también en prensa señalando que éstos “son tiempos para hablar de altruismo”.

Para algo más que hablar, me temo. La familia de Edu, el niño de 6 años del principio, apelaba incluso al Rey de España. No sé si han obtenido respuesta del monarca o de cualquier otro miembro de la familia real. Algo más que palabras, se entiende.

Los que sí lo han entendido son las personas que al leer su caso en prensa se han puesto en contacto con la familia. Ellos son los héroes anónimos a los que me refería desde el principio.

No niego la bondad del resto de personas e instituciones a las que he arrastrado hoy por entre estas líneas. Pero mis héroes hoy son de los que hablan y hacen, de los que tienen claro lo que es primero y lo que va después...

jueves, 22 de noviembre de 2012

Premios desapercibidos


Reconozco que me conmueve la historia de Carlota. Parapléjica desde los 25 años, se casó, tuvo tres niñas —pese a que la pequeña era “inviable” según los médicos— y ha quedado viuda recientemente. Y aún así, sigue adelante...

La revista “Misión” le ha dado un premio. Pueden leer la noticia completa en Aciprensa.

En la misma encontrarán también el caso de un matrimonio que, con seis hijos biológicos sanos, ha adoptado a otros cuatro: dos con síndrome de Down, y los otros dos con cierto retraso psíquico debido al síndrome de alcoholismo fetal.

Heroico también el esfuerzo y la presencia de los católicos en la Franja de Gaza. En este enlace pueden leer la carta que ha remitido el sacerdote y religioso José Ansaldi desde la única parroquia católica en la franja. No tiene desperdicio. Como muestra les dejo la petición que un palestino cristiano realiza a los religiosos: “por favor ustedes no se vayan, ustedes no se tienen que ir. Si ustedes se van, ¿quién se queda acá con nosotros?”. Lo digo con conocimiento de causa: si los palestinos musulmanes son maltratados y utilizados por sus hermanos musulmanes y por los judíos, a los palestinos cristianos les maltratan y cercan todos, sin que nadie mueva un dedo por ellos...

jueves, 15 de noviembre de 2012

Gracias...



Ayer enterramos a mi padre. Bueno... En realidad enterramos su cuerpo, porque su recuerdo y el poso que dejó en cada uno de los que le conocieron permanece, y su alma ya vuela de regreso hacia la casa del Padre.

Ayer enterramos su cuerpo y hoy, que los dedos duelen un poco menos, y el cansancio me ha dado un respiro, quiero dejar por escrito mi agradecimiento.

Agradecimiento primero a Dios, por mi padre y por mi madre. No me siento capaz de enumerar todo lo que he recibido sin olvidarme de nada: amor y cariño, educación en el esfuerzo y la responsabilidad siempre desde el respeto y la libertad, ... Como le gustaba decir, su santo —San Francisco de Asís— valía por seis. Dicen que el nombre nos marca. En el caso de mi padre, doy fe.

Gracias también a Dios porque ha permitido que mi madre pudiera cuidar y acompañar a su esposo hasta el último minuto, por haberles dejado disfrutar de un último noviazgo ya en el lecho del hospital donde pudieron celebrar sus bodas de oro con una lucidez —la de mi padre— que hace meses que le había abandonado. Fue un regalo inesperado, un milagro, una gracia.

Es cierto que en más de una ocasión en este último mes y medio me he descubierto a mí mismo interrogando y reprochando a Dios por alargar innecesariamente este último tramo de vida de papá. Dos días después —y como yo mismo ya sabía antes, incluso cuando me quejaba— he de reconocer que lo ha hecho muy bien, y que sabía mejor que yo lo que se hacía. ¡Chapeau, Señor! ¡Te has portado!

Este mes y medio nos ha dado tiempo a despedirnos, a prepararnos, a amarnos con mayor intensidad, a valorar nuestros tiempos. Este mes y medio nos ha ahorrado lo peor de la evolución del Parkinson que estaba todavía por llegar. En este mes y medio pudimos ser testigos —y beneficiarios— del milagro de la sanación —aunque solo fuera temporal— de un cuerpo y una mente. En este mes y medio he visto cómo el amor verdadero todo lo puede: hasta el penúltimo día mi padre devolvió cada beso que mi madre le daba, incluso cuando peor estaba...

En este mes y medio hemos podido comprobar la fuerza de la oración y cómo todo lo que hemos pedido se ha cumplido: que fuera un tránsito sereno, tranquilo y sin dolor, que no hicieran falta medidas extraordinarias, que muriera en su cama. Y así fue: se durmió a las 11 del lunes y falleció a las 3 de la madrugada del martes sin dolor, en silencio, en su casa...

Gracias, Dios mío, gracias.

Mi agradecimiento también a todos los que se han hecho presentes para acompañarnos. Gracias por su cercanía, sus abrazos, sus oraciones, sus palabras. A los que lo hicieron por teléfono, por correo o por mensajes. A los que lo hicieron en persona. A los que lo intentaron y se perdieron y acabaron llorando impotentes en otro pueblo. A los que se adelantaron —abriendo un hueco en una agenda imposible— incluso a nuestra llegada al tanatorio. A los que rezaron y celebraron misas por su alma. No me veo capaz de nombraros a todos, pero de todos mi alma guarda recuerdo y constancia. A todos, gracias.

Y por supuesto, gracias a mi familia. A mi madre que todavía anda preocupada por mi fiebre. A mi mujer y a mi hija, a mis primos y primas, a mis “tetas” adoptivas, a mis “pacos” y a mis “pepes”, a los “betanios”, “naos” y “juniors”, a los que hace tiempo que no veo, y a los que os veo todos los días. A todos os he sentido familia.

Ayer enterramos a mi padre, sí. Pero lo más importante de él está con Dios; lo segundo, con mi madre, y conmigo... Y con su nuera, su nieta y sus sobrinos.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Campanas de vida eterna



Podría hablarles de muchas personas hoy. Durante estas semanas se ha ido acumulando temas y situaciones...

Podría hablarles de una joven colombiana que, violada por su padre, quedó embarazada y rechazó abortar (leer). Podría hacerlo del último cristiano en la ciudad siria de Homs, un anciano de 84 años asesinado al negarse a abandonar su casa donde cuidaba de su hijo discapacitado psíquico, que también ha desaparecido (leer). Y también podría contarles de las hazañas de un matrimonio católico de Canadá en China, donde han rescatado de la muerte a 1400 huérfanos desde 1995 (leer).

Sin duda se trata de historias ejemplares y ejemplarizantes. Pero simbólicamente hoy quisiera colocar esas heroicidades en el tañido de una campana...

Hace casi cien años que el campanario de la iglesia armenia de Diyarbakir, en Turquía, fue derribado, para que no hiciera sombra a los minaretes de la ciudad. De entre todos, el pueblo armenio, cristiano, es una de las poblaciones peor tratadas en Oriente Medio. Ha sufrido en sus carnes el genocidio, la persecución y el desprecio. Y lo sigue sufriendo —el desprecio y alguna que otra trifulca en la que llegan a las manos— incluso dentro de la basílica del Santo Sepulcro por parte de otros grupos cristianos.

Tras casi cien años —les decía— el campanario de esa pequeña iglesia ha sido reconstruido y la voz de su campana vuelve a escucharse. Probablemente nunca dejó de hacerlo en los corazones y en las almas de sus feligreses, pero hoy, además, su anuncio llega a muchas más personas. Incluso también a ustedes...

La noticia completa la pueden encontrar aquí.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Llenar la soledad...


Tiene 84 años y hasta hace un mes todavía cuidaba de su marido de 88 con algunas ayudas puntuales. La semana pasada un médico, con la mejor de las intenciones, casi le da un disgusto al decirle que no puede seguir cuidándole y que lo mejor que podría hacer la familia es ingresar al anciano enfermo en una residencia. La mujer tiene asumido que ese momento puede llegar, pero no quiere que sea antes de hora. Quiere que sea el último recurso, cuando ya no quede otra opción...

Varias semanas en el hospital dan para ver muchas cosas. Ancianos enfermos abandonados es una de ellas. Familiares y médicos que buscan dónde aparcarlos es otra. Jóvenes profesionales cariñosos, también.

Ingresar a un anciano enfermo en una residencia especializada no tiene por qué significar un acto de abandono. Puede ser una necesidad y hasta la mejor opción clínica para él. Aún así, al menos a ciertas generaciones, sólo plantear esta posibilidad nos produce un profundo dolor en el corazón. Y en el alma.

Hay congregaciones religiosas dedicadas precisamente a desarrollar esta labor de acompañamiento de la soledad. Bienaventuradas sean. Como bienaventuradas todas las personas que trabajan en estas residencias que miman y aman a perfectos desconocidos. Pensar en sus cuidados es el mejor consuelo para aquéllos que no tienen otro remedio que utilizar sus servicios...

De momento, nosotros esperaremos.