Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 25 de agosto de 2011

Clandestinos


A los 26 años fue ordenado sacerdote y al año siguiente, obispo, el más joven del mundo. Todo ello, en secreto, en la clandestinidad. Sin templos ni grandes ceremonias. De prisa y corriendo, “en un apartamento, con el miedo de que la policía irrumpiera de un momento a otro”.

Clandestino, sí. Pero no para Dios. Oculto sólo para aquéllos que le perseguían. Durante nueve años ejerció su ministerio de sacerdote y de obispo en una fábrica donde, además, trabajó como obrero y después como guardián nocturno. Más tarde, descubierto, fue arrestado, procesado y condenado a doce años de cárcel. Su prisión fue un viejo monasterio reconvertido, donde había otros seis obispos y doscientos sacerdotes.

Tras ocho años de encarcelamiento donde no dejó de celebrar la Misa diaria y, a su manera, practicar ejercicios espirituales, fue liberado y pasó a ganarse la vida como basurero, pese a una grave enfermedad, que todavía arrastra.

jueves, 18 de agosto de 2011

Peregrinos


Piensen en ello. Recorrer medio mundo —o el mundo entero— para dormir en colchonetas sobre el suelo, soportar un sol abrasador y un calor asfixiante, y los empujones e insultos de un grupo de personas —ni un minuto más para estos energúmenos— que odian todo lo que ellos son y representan. Hay que tener madera de héroe. Los peregrinos de la JMJ la tienen.

Este mundo necesita de héroes. Yo diría que bastantes y con bastante prisa. Necesita optimismo, sonrisas, alegría, ganas de vivir, esperanza. Este mundo necesita la presencia de Dios visible, tocable, palpable. Este mundo necesita de peregrinos, como los de la JMJ, en Madrid; como los misioneros en cualquier lugar de este planeta; como los sacerdotes en las más perdidas aldeas del interior; como las buenas personas en su entorno.

Y cuando digo que este mundo necesita, digo todos y cada uno de nosotros. Los que estamos, y los que no. Los que somos, y los que no. Los que quieren, y los que no.

jueves, 11 de agosto de 2011

Algo debían tener


Era el entierro de un sacerdote. De un buen sacerdote. Que su arzobispo viajara casi 700 kilómetros desde Santander para presidir el funeral ya es un signo. Que además acuda otro obispo, salido de estas mismas tierras, pero ahora titular de una diócesis cercana (aunque no vecina), también debe significar algo. Que la iglesia estuviera abarrotada por personas de su pueblo que le conocían y que, en los últimos años, sólo le veían en los meses de verano, también es sugerente. Incluso que hubieran personas que abandonaron por unas horas sus lugares de vacaciones para venir...

Pero que la empleada de correos (no he querido emplear el término “cartera”, aunque no creo que sea motivo de menosprecio) que reparte la correspondencia en el barrio donde el difunto tenía el despacho desde hace muchos años se desplace 30 kilómetros para acudir al funeral después de haberse enterado esa misma mañana mientras hacía su ruta diaria, es algo que impacta. Y que dice mucho. De ella, y de don Miguel, que así se llamaba el difunto.

jueves, 4 de agosto de 2011

Mártires


Mire el reloj. “Cada cinco minutos un cristiano es asesinado por su fe”. Éste es el escalofriante dato puesto de relieve por el sociólogo Massimo Introvigne, en su intervención en la Conferencia internacional sobre diálogo interreligioso entre cristianos, judíos y musulmanes, celebrada recientemente en Budapest, bajo el auspicio de la Unión Europea.

Morir por dar testimonio, por negarse a renunciar a Dios, por proclamar la fe, por ser testigo de la muerte y resurrección del Señor... O sin llegar a eso, exponerse a la burla, a que te abofeteen, te maltraten o marginen...

Algunos dirán que son tontos. Que no hay nada por lo que merezca la pena morir. Y a su manera, aciertan... El martirio no es una apertura a la muerte, sino a la vida. Estos hombres y mujeres no se arriesgan a ser asesinados porque Dios sea una buena razón por la que merezca la pena morir, sino porque es la mayor razón por la que vale la pena vivir.