Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 25 de agosto de 2011

Clandestinos


A los 26 años fue ordenado sacerdote y al año siguiente, obispo, el más joven del mundo. Todo ello, en secreto, en la clandestinidad. Sin templos ni grandes ceremonias. De prisa y corriendo, “en un apartamento, con el miedo de que la policía irrumpiera de un momento a otro”.

Clandestino, sí. Pero no para Dios. Oculto sólo para aquéllos que le perseguían. Durante nueve años ejerció su ministerio de sacerdote y de obispo en una fábrica donde, además, trabajó como obrero y después como guardián nocturno. Más tarde, descubierto, fue arrestado, procesado y condenado a doce años de cárcel. Su prisión fue un viejo monasterio reconvertido, donde había otros seis obispos y doscientos sacerdotes.

Tras ocho años de encarcelamiento donde no dejó de celebrar la Misa diaria y, a su manera, practicar ejercicios espirituales, fue liberado y pasó a ganarse la vida como basurero, pese a una grave enfermedad, que todavía arrastra.

Durante los siguientes cinco años gozó del privilegio de no necesitar ocultar su condición de sacerdote. Así que, diecinueve años después de su ordenación sacerdotal, ofició en público la Santa Misa por primera vez. ¿Pueden imaginar el cúmulo de sensaciones y sentimientos?

Pero tras ese período de gracia, de nuevo fue encarcelado para cumplir los cuatro años de la condena original que todavía le restaban, aunque fue pronto liberado por sus problemas de salud (lo que no impidió que tuviera que volver a la fábrica para ganarse el pan).

Casi veinte años después, Juan Pablo II le nombró obispo de Nitra en 1990 y lo creó cardenal en 1991. En 1998 le llamó al Vaticano para predicar los ejercicios de Cuaresma, y durante varios años fue presidente de la Conferencia Episcopal Eslovaca.

Hace 60 años de aquella ordenación episcopal clandestina. El Papa Benedicto XVI, con este motivo, ha definido al cardenal Ján Chryzostom Korec, jesuita, obispo emérito de Nitra (Eslovaquia), como un “pastor trabajador, fiel y prudente”.

No es el único ejemplo de consagrados desde la clandestinidad que desempeñan su misión entre los hombres. El caso del cardenal Korec responde a la represión comunista del este de Europa, ya superada. En China y otros países —algunos islámicos— la ocultación sigue siendo necesaria, y la persecución garantizada. Ellos son héroes anónimos en un mundo donde parece que sólo existe lo que se ve.

¡Ojalá en nuestro país nunca sea necesaria la clandestinidad para profesar nuestra fe! ¡Ojalá podamos seguir ejerciendo públicamente nuestra misión evangelizadora y celebrando nuestros sacramentos! Pero si llegara el día en que los cristianos fuéramos obligados a regresar a las catacumbas, ¡que el ejemplo del cardenal Korec nos ilumine!

Podemos ser clandestinos para el mundo, pero no para Dios y para aquéllos que nos necesitan.

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