Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 29 de septiembre de 2011

Estuve preso...


Leo su historia en el número de esta semana del semanario “Paraula”, que edita la diócesis de Valencia: un matrimonio de 75 años dedica sus fines de semana a los reclusos de la cárcel de Picassent, en Valencia.

No son los únicos que lo hacen. Cientos de voluntarios trabajan en todo el mundo con y por los presos y presas. Con absoluta independencia del delito cometido. Sin necesidad de que éstos profesen una religión concreta.

Rafael y Chelo —así se llaman— realizan su labor callada y oculta —a esta sociedad no le gusta ver ni ciertas cosas ni a ciertas personas— entre los muros de una cárcel. Sinceramente, desconozco su capacitación profesional, si es que la tienen. Pero no les hace falta. El amor, el cariño y el respeto no se estudian en ningún sitio, y se aprende más de ello cuanto más se practican.

Desconozco también si tienen otras obligaciones, aunque supongo que no menos que cualquier persona. Todos tenemos obligaciones, ocupaciones y excusas. Pero Rafael y Chelo, libre y voluntariamente, como cuando se casaron, han decidido dedicar las tardes de los viernes y los sábados a estas personas que, si bien pudieron cometer errores en su vida, siguen siendo personas necesitadas de cariño.

Ocho horas a la semana, en un cómputo global de 168, no parece mucho. Pero la mayoría de nosotros no dedicamos ni la mitad de ese tiempo a trabajar con y por los más necesitados. Y para los presos y presas, esas ocho horas son todo un tesoro, una auténtica bendición del Cielo.

Ni siquiera ellos saben hasta cuándo podrán seguir realizando esta tarea. Su compromiso no tiene fecha de caducidad. Está claro que llegará un día... Pero eso no es lo importante. Rafa y Chelo, como cientos de voluntarios, saben de la importancia de la misión que realizan y que no es cuestión de ponerle límites.

Rafa y Chelo ya no son anónimos, pero son reflejo de esas personas que dedican sus vidas —o parte de ellas— a los más necesitados de la sociedad, con independencia de las razones que les hayan llevado a la cárcel...

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