Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 15 de septiembre de 2011

Darle una oportunidad


Nos estamos habituando. Sacerdotes que entran en crisis por una u otra causa. No siempre “la carne es débil” significa lo primero en lo que están pensando. Las tentaciones de la carne no son siempre necesariamente lujuriosas...

Pero a lo que iba. Antes te escandalizabas. Te hacías mil cruces. pensabas que algo muy gordo tenía que haber pasado para que un sacerdote tome la decisión de abandonar el ejercicio de su ministerio para llevar una vida “seglar”.

Hoy ya no. Tras un primer momento de sorpresa llegas a la siguiente conclusión: “si tenía dudas, para ser un mal sacerdote, para vivir una mentira, mejor que lo haya dejado”. Y efectivamente, para ser un mal sacerdote, mejor no serlo. Para vivir una mentira, mejor un cambio.

Pero... ¿qué es ser un mal sacerdote? ¿Qué significa vivir una mentira?

No es que lo haya descubierto él, ni que sea el primero en decirlo, pero Benedicto XVI viene afirmándolo desde hace mucho tiempo: necesitamos sacerdotes santos. Probablemente eso no significa que para ser sacerdote una persona deba ser perfecta y santa en todos los momentos y actos de su vida. Probablemente baste con que aspire a serlo y ponga todo de su parte para ello. Dudar es humano. Y caer. Probablemente —de nuevo, porque en estas materias no me atrevo a afirmar por prudencia— se “pierde” menos santidad en la caída que en la desesperación que nos lleva a no intentar levantarnos.

A uno le vienen a la cabeza ejemplos de todo tipo. Desde el literario y ficticio san Manuel, bueno y mártir de don Miguel de Unamuno, a las negaciones de Pedro, o las más cercanas dudas de la Beata Teresa de Calcuta. Uno añora a sacerdotes que ha conocido en su vida y que, con todo (incluso defectos), eran “de otra pasta”. Una amiga me descubría el secreto: sabían escuchar; estaban más volcados en los demás que en ellos mismos. Y todavía más me decía esa amiga: esa pasta sigue existiendo, siguen habiendo sacerdotes de ésos.

Y la verdad es que sí. Por la cabeza de cualquiera pueden pasar todas las dudas del mundo. Un sacerdote no es una excepción. Ellos ven a diario aquello a lo que han renunciado (“una” familia) y lo que les espera (la enfermedad y la muerte sin “esa” familia). La mayoría de ellos siguen adelante. Mantienen su compromiso. Siguen dándole oportunidades al Espíritu Santo para actuar en ellos y a través de ellos como ministros de Dios, como sacerdotes del Altísimo. Se levantan de sus “fracasos” porque la “obra” no les pertenece y porque la misericordia de Dios es infinita.

En los tiempos que corren, pero también en épocas pasadas, siendo como es débil la carne, es toda una heroicidad mantenerse firme. Como también es heroico romper con todo y cambiar de rumbo si es necesario. Dice el refrán que rectificar es de sabios. Nunca es fácil. Ni cómodo. Ni agradable. Pero es sabio.

Lo triste sería que, queriendo rectificar, lo que se cometa sea el error y el acierto fuera lo rectificado. Lo triste es cambiar con desesperanza. Lo triste es el cambio como primera y única opción.

Por eso es importante y heroico dar siempre nuevas oportunidades al Espíritu Santo, sea cual sea el camino adoptado...

No hay comentarios:

Publicar un comentario