Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 30 de junio de 2011

Sin garantías


Digamos que se llama Eva. No es la única, hay muchas. Y no sólo “evas”, sino personas que no se acomodan. Que se levantan de la silla cuando es necesario, aunque eso signifique el riesgo de perderla. Que dan un paso adelante, aunque eso signifique que les señalen con el dedo. Que miran a los ojos, aunque eso implique compartir sentimientos. Que preguntan “cómo estás” y de verdad quieren saberlo.

Les cuento un caso, un ejemplo.

Lunes noche. Último consejo pastoral del curso en la parroquia. Tras la cena, cada mochuelo a su olivo. Una persona mayor que arrastra los pies, que camina despacio, que no vive lejos, pero que puede tardar quince minutos en llegar a casa. Cualquiera de los más jóvenes podría acompañarla a casa paseando, dándole conversación. Es una cuestión de tiempo, de hurtarle unos minutos al sueño. Pero Eva, no.

Eva aparca su coche en la calle. Los que lo hacen en las grandes ciudades saben la de vueltas que hay que dar a veces para encontrar un hueco. Pero eso no es lo importante. Eva ve a aquella mujer a la que le cuesta andar, echa mano al bolso, saca las llaves del coche y le propone llevarla.

Apenas serán dos minutos. Tampoco será un gran consumo de gasolina. Pero cuando Eva abandone durante menos de diez minutos su lugar de aparcamiento quizá no lo encuentre a su regreso.

Pese a todo insiste. Y lo hace con una amplia sonrisa.

Como Eva, millones de personas en este mundo superan el miedo a la incomodidad y se ponen al servicio de los demás. Renuncian a la seguridad del silencio y queman sus naves sin pensar en el camino de retorno.

Hay una frase en la película “Gattaca” que resume perfectamente ese espíritu. Cuando el hermano más fuerte le pregunta a su hermano más débil cómo ha podido superarle en una prueba física contra todo pronóstico, el segundo le responde escuetamente que nunca reservó nada para el viaje de regreso.

Quizá nos comportaríamos de otra forma si entendiésemos que la vida es un viaje sólo de ida, y que de nada sirve reservar nada para el regreso...

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