Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 23 de junio de 2011

La mano derecha.. y la izquierda


Un conocido me dijo ayer mismo que el compromiso “o toca el bolsillo o no es compromiso”. Probablemente, algo de razón lleva. Y por el puesto de responsabilidad que ocupa, algo debe saber.

La cuestión vino a cuento de la financiación de la Iglesia y sus obras y de la actitud que los católicos debemos asumir en esta materia. Por supuesto que la oración y la vida sacramental son primordiales. Y la catequesis, la pastoral y la asistencia social, con sus voluntarios. Dedicar nuestro tiempo a Dios y a su Iglesia es necesario. Pero también lo es hacerse cargo de su mantenimiento.

La Iglesia necesita lugares donde desarrollar su misión. La Iglesia necesita cubrir, como cualquier familia, una serie de gastos corrientes para su funcionamiento. La Iglesia necesita de ayudas económicas para ayudar a los más necesitados. La Iglesia necesita dar de comer y vestir al clero, porque sin ellos no hay sacramentos, ni atención, ni acompañamiento... La Iglesia necesita... ¡y todos somos Iglesia! Sus necesidades también son mías, nuestras. “La necesidad de uno es la de todos”, es una frase que me encanta.

¿Saben con lo que pasa al mes un sacerdote en la diócesis de Valencia? Ochocientos diez euros, en bruto (antes de IRPF y Seguridad Social). Si está jubilado, apenas 600. Y a muchos de ellos, de ese dinero, todavía les queda para caridad y cubrir gastos corrientes de la parroquia que los cepillos en las misas no pueden pagar. Ya sé que con la crisis que está cayendo, miles de familias están en peor situación. Pero estos sacerdotes son los primeros que ponen dinero de su bolsillo cuando hace falta.

Ahí está la heroicidad de la que quería hablarles esta semana. Mi conocido del principio comentó el donativo que un empresario, a título persona, ha realizado para la Jornada Mundial de la Juventud: seis millones de euros. Podía haberse beneficiado fiscalmente de esa acción. Podía haber sacado “tajada publicitaria” del asunto. Pero no ha querido. Ha preferido que su mano derecha no conozca lo que hace la izquierda.

A menor escala, conozco el caso de una persona que acudía al despacho parroquial a encargar una misa en memoria de un familiar difunto (algún día tendré que hablar de estas cosas, porque nos olvidamos de los muertos como si realmente desaparecieran, dejasen de importar, y la vida eterna no existiera). El caso es que esta persona, al entrar, escuchó sin querer la petición angustiada de un padre de familia sin trabajo que no tenía ni para pagar el alquiler y sobre el que pendía una orden de desahucio si no abonaba 240 euros antes del fin de esa semana. Desgraciadamente, el sacerdote acababa de agotar los escasos fondos de la parroquia (que se acaban también antes de fin de mes en algunas, no crean).

El hombre dio media vuelta, marchó a un cajero automático, y sacó 300 euros. Después, fue a la parroquia. Aquel hombre ya se había ido. Encargó la misa, pidió perdón al sacerdote por haber escuchado aquella conversación sin querer, y le entregó los trescientos euros con sólo una frase: “usted ya sabe lo que tiene que hacer”. No pidió recibo, ni quiso dar su nombre. Tal como había entrado, se fue.

Al cura y a mí, a esto, nos gusta llamarlo “milagro”. Pequeño, pero milagro, y no casualidad.

Como estas personas, muchas otras cuidan económicamente de la Iglesia, que es de Dios, pero también nuestra. Dejan en los cepillos, hacen donativos, marcan la “x” en la Declaración de la Renta. Incluso las hay que se acuerdan de sus parroquias en sus testamentos. A la mayoría, no les sobra el dinero.

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