Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 2 de junio de 2011

Cabezotas


Existe una especie de personas incansables, inmunes al desánimo, insistentes y perseverantes. Incluso, a veces, hasta pesados...

Son personas de firmes convicciones, de fe inquebrantable. Saben cuál es su lugar —o creen saberlo— y su misión en cada momento y viven para ello. En unos casos, lo harán rodeados de otras personas. En ocasiones, en la soledad y el recogimiento.

No es que no tengan dudas. Son humanos. Con madera —en realidad, como todos— de santidad, pero humanos. Pero ante esos momentos de flaqueza, su caminar se vuelve más rápido y su entrega más amplia y profunda.

Se empeñan en no renunciar a nada de lo que es Bueno (con mayúsculas) incluso cuando no queda tiempo, cuando otros ya habrían asumido la cercanía del final, se habrían resignado y arropado para esperar la muerte...

Nos parecen seres sobrehumanos. Dotados de una fuerza y un espíritu divinos. Insisten una y otra vez. Se enfadan cuando no lo consiguen, pero siguen intentándolo. Son plenamente conscientes que hasta el rabo, todo es toro. Que hasta el último aliento, es vida. Y lo es literalmente.

Durante la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II vino a mi memoria aquella imagen en la ventana de sus aposentos en la que un anciano intentaba hablar y no podía. Juan Pablo II ayudó a humanizar el mundo. Política y socialmente. Pero sobretodo nos dio una lección en la recta final de su vida, mientras la enfermedad iba maniatando cada uno de sus miembros.

Frente a las voces que reclaman una abdicación o dimisión, frente a los que cuestionaban su capacidad, Juan Pablo II se mantuvo firme en su oficio. Hasta el final. Hasta la última gota. Apuró su cáliz hasta la extenuación. Vivió la vida hasta el final... ¡y hasta el principio!

Juan Pablo II es un héroe. No anónimo, pero héroe. Como él, muchas personas —y éstas sí son anónimas— exprimen su vida. Le sacan partido hasta el último instante y desde cada circunstancia que les toca vivir.

Son personas que no se dejan encerrar por el tiempo, el cansancio o la enfermedad. Son personas que en cada una de sus pérdidas encuentran riqueza. Personas que no piensan en cuánto tiempo les queda, sino en cuántas cosas les quedan todavía por hacer, cuántos besos que dar, cuántos abrazos, cuántas lágrimas que derramar y oraciones que pronunciar.

Son personas que se aferran a la vida no por miedo a la muerte, sino por amor a la vida. A ésta y a la siguiente. A la eternidad de sus almas.

En un mundo donde estorban. molestan, incordian, impiden el paso, cuestan, esas personas permanecen. Con toda su dignidad, incluso en los trances más indignos. Con toda su vida, aunque sólo resten unos segundos.

Hay que ser muy héroe para apurar esta vida sabiendo la felicidad que nos espera al otro lado...

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