Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 17 de mayo de 2012

Hasta el final


Me comenta un amigo que ha visto recientemente al Papa su delicado estado de salud, y que por Roma se dice que Benedicto XVI no estaría dispuesto a mostrar al mundo su declive físico como sí hizo Juan Pablo II.

Y lo cierto es que no me extraña. Cuando fue elegido como sucesor de Pedro la salud de Benedicto XVI ya era delicada. Una mente privilegiada en un cuerpo frágil. Debilidad, timidez. ¿No ha sido ésa su imagen física desde el principio de su pontificado? Pero el tiempo que lleva calzándose las sandalias del pescador nos ha mostrado también a una persona con un gran corazón y esperanza.

Habrá quien piense lo contrario, pero viviendo en primera persona —como hoy me toca— el declive físico de mi padre, el valor de Juan Pablo II al mostrar su enfermedad, pero también su perseverancia, fe, esperanza y disponibilidad, es una gran ayuda y consuelo. Ignoro lo que hará Benedicto XVI cuando llegue el momento, pero no creo que su naturaleza sea capaz de alcanzar el grado de resistencia de su predecesor. Probablemente nos deje sin hacer ruido.

Que la vida de Benedicto XVI se apaga es obvio. Como la mía o la suya, oiga. Por ley natural su final está más cerca y él lo sabe. Con motivo de su cumpleaños lo recordó al mundo. No sólo eso. Destacó cómo nuestras oraciones le sostenían en el cumplimiento de su misión, y pidió expresamente que siguiéramos rezando por él.

Yo pienso seguir haciéndolo. Porque es el sucesor de Pedro. Es Pedro entre nosotros. Aquél señalado para ser piedra. Aquél que fue dotado del atar y desatar. Aquél a quien se entregó las llaves, se le encargó apacentar, y recibió una misión para cumplir hasta el final, incluso cuando tuvieran que vestirle y llevarle a donde no quisiera ir.

Pienso seguir rezando por Benedicto XVI porque, sinceramente, me cae bien. Su timidez no es una pose, sino que nace de una profunda humildad y actitud de servicio. Sus palabras —a veces quizá demasiado densas y elevadas— no se quedan en al mente, sino que llegan al corazón a través de ella. Y además —menuda presunción la mía— ¡lo que dice coincide con lo que pienso! Esto último no es que sea una razón de peso. Pero últimamente descubro en sus escritos e intervenciones, ideas y sentimientos que no me son nada ajenos, aún cuando nunca los hubiera expresado o concebido siquiera.

Pienso seguir haciéndolo, rezando por él, porque me lo ha pedido, porque lo necesita, porque la última tentación es pensar que ya se ha hecho bastante, dejarlo todo y descansar, no apurar el cáliz hasta el final... Para que cuando llegue el momento tome la decisión correcta: la voluntad del Padre. Haga lo que haga, estoy seguro que acertará.

Yo pienso seguir rezando por Benedicto XVI. Anónimamente. ¿Y usted? ¿Quiere ser uno de los héroes anónimos que con su oración sostienen al Papa?

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