Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 15 de marzo de 2012

Volver a empezar


Hoy les propongo una heroicidad especial: la de todo un pueblo. Está claro que cualquier generalización es injusta con la verdad, ya sea para bien o para mal. Y también, probablemente, la heroicidad de la que vengo a hablarles no es consciente para la mayor parte de las personas que la ejercen. Será el atractivo del fuego o del olor a pólvora, pero lo cierto es que me encantan las Fallas. Entre otras cosas porque, durante estas fiestas, miles de personas hacen gala de sus mejores valores...

Y es que es heroico vivir en Valencia en Fallas. Calles cortadas, problemas de aparcamiento, aglomeraciones, pisotones, sueño que se acumula en los párpados y cansancio que toma las piernas, personas de fiesta al lado de otras trabajando... De todo, bueno y malo, en un clima general de convivencia modélico. En Fallas, teniendo en cuenta el número de personas en las calles, apenas ocurren incidentes.

Me encanta ver las calles convertidas en ríos humanos donde hace unas semanas los coches eran los dueños. Me gusta incluso teniendo que buscar rutas alternativas para cruzar de un lado a otro por cuestiones laborales. La ciudad está como más viva. Incluso nos miramos más a la cara.

Me encanta ver la emoción en los rostros durante la Ofrenda. A la Mare de Déu y a san José. Los esposos. Con Jesucristo, la Sagrada Familia. Quizá muchas de esas personas con lágrimas en los ojos no sean de una religiosidad practicante, pero ¿quién soy yo para juzgarles? ¿O para ponerle puertas al Espíritu Santo? Quizás ese pequeño atisbo de gracia que hizo estremecer su corazón fructifique y marque sus vidas algún día.

Me encanta observar a familias llevando a sus hijos pequeños a la mascletà, aunque lloren y se tapen los oídos. Aunque no lo sepan en ese momento, eso es educación y transmisión de valores y tradiciones que forman parte de nuestra identidad. Y me encantan las prisas a la salida de los colegios, las serpientes humanas, e incluso el gigantón que llega el último y se te pone delante. En Fallas, nadie es dueño de la calle. Lo somos todos.

Pero sobre todo, me encantan las Fallas por su naturaleza efímera y perseverante al tiempo. Como el ave Fénix, nacen para ser consumidas por el fuego, para volver a renacer una y otra vez. Todo un año de trabajo y esfuerzos, y vuelta a empezar.

En nuestras vidas podríamos aprender algo de las Fallas: todos nuestros esfuerzos deberían estar encaminados a consumirse en el fuego del amor para renacer y redoblarse inmediatamente antes incluso de que las llamas se hayan apagado. Nuestras vidas están llamadas a ese fuego. No de purificación, sino de entrega total y absoluta. No una vez al año, sino cada minuto, una y otra vez. Nuestra obras se consumen; el fuego, permanece.

Los valencianos sabemos de eso. ¡Felices Fallas!

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