jueves, 8 de marzo de 2012
Dios siempre paga el rescate
Leo su historia en ACI-Prensa. Roberto Dichiera es un sacerdote italiano de 37 años que recorre —más bien bucea— las calles de Roma buscando rescatar a jóvenes atrapados en la adicción a las drogas, como muchos otros sacerdotes y seglares comprometidos. Nadie suele acordarse de la ingente labor callada y humilde que realiza la Iglesia. Quizá sea mejor así, pero nosotros, católicos, miembros de esta Iglesia, deberíamos sentirnos orgullosos y espoleados por ella.
El caso de Roberto Dichiera no dejaría de ser uno más de esos anónimos, salvo por el hecho de que él conoce de primera mano el drama de la drogadicción. En su adolescencia y juventud fue uno de ellos. Durante diez años.
A los 12 años comenzó su viaje a ninguna parte. Llegó a confirmarse, pero poco a poco se fue alejando. De Dios y de sus padres. Del colegio y sus amigos. Comenzó a frecuentar a personas mayores. Llegó a ser consumidor y camello y a vivir una vida de depravación moral completa.
Sin embargo, a los 20 años, se enamoró de una joven. Católica y practicante. ¿Cómo llegó a conocerla no lo cuenta. Los ángeles que Dios envía a veces tienen rostros muy humanos...
La cuestión es que, gracias a ella, volvió a frecuentar la Iglesia. Sobre todo, la Eucaristía. Y las lecturas de la Biblia, aún a escondidas de sus padres —católicos practicantes— porque todavía quedaba en él algo de aquella estúpida rebeldía.
En junio de 1996, en una peregrinación mariana, Roberto se sintió llamado por Dios. Y respondió. Puso fin a su noviazgo con aquella joven que Dios le había mandado para salvarlo, se hizo sacerdote e ingresó en la comunidad católica "Nuevos Horizontes", fundada por la italiana Clara Amirante y que desarrolla un apostolado de apoyo a los jóvenes que viven en dificultad.
A diferencia de gobiernos y estados, Dios siempre paga rescate. Por muy doloroso que sea. Ya lo hizo, y lo sigue haciendo. Por todos y cada uno. Sólo hay que querer ser rescatado, dejarse rescatar.
En psicología bautizaron como Síndrome de Estocolmo la identificación y justificación que, con el tiempo, un secuestrado tiene para con sus secuestradores y sus causas. Negarnos a ser rescatados por Dios no deja de ser una manifestación de tal enfermedad ante nuestro secuestrador, el pecado.
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