jueves, 29 de septiembre de 2011
Estuve preso...
Leo su historia en el número de esta semana del semanario “Paraula”, que edita la diócesis de Valencia: un matrimonio de 75 años dedica sus fines de semana a los reclusos de la cárcel de Picassent, en Valencia.
No son los únicos que lo hacen. Cientos de voluntarios trabajan en todo el mundo con y por los presos y presas. Con absoluta independencia del delito cometido. Sin necesidad de que éstos profesen una religión concreta.
Rafael y Chelo —así se llaman— realizan su labor callada y oculta —a esta sociedad no le gusta ver ni ciertas cosas ni a ciertas personas— entre los muros de una cárcel. Sinceramente, desconozco su capacitación profesional, si es que la tienen. Pero no les hace falta. El amor, el cariño y el respeto no se estudian en ningún sitio, y se aprende más de ello cuanto más se practican.
jueves, 22 de septiembre de 2011
A la cárcel
La historia la he leído esta semana en varios medios digitales (ACI-Prensa, Religión en Libertad, ...): una mujer canadiense ha perdido la cuenta de las veces en que ha entrado en prisión a causa de su oposición al aborto, manifestada en el propio interior de las clínicas donde éstos se realizan.
Pero no crean que tal manifiesto opositor lo ha realizado de forma indignada o indignante. Ni a gritos. Ni con cadenas o silicona en las cerraduras.
Mary Wagner —que así se llama esta heroína ya no tan anónima— es una católica canadiense de 36 años, soltera, sin hijos y de escasos recursos económicos. ¿Su forma de protesta? Entrar pacíficamente en los centros abortistas y regalar rosas blancas con mensajes “pro-vida” a las mujeres que buscan abortar. Sólo eso. Nada más, ¡y nada menos!
jueves, 15 de septiembre de 2011
Darle una oportunidad
Nos estamos habituando. Sacerdotes que entran en crisis por una u otra causa. No siempre “la carne es débil” significa lo primero en lo que están pensando. Las tentaciones de la carne no son siempre necesariamente lujuriosas...
Pero a lo que iba. Antes te escandalizabas. Te hacías mil cruces. pensabas que algo muy gordo tenía que haber pasado para que un sacerdote tome la decisión de abandonar el ejercicio de su ministerio para llevar una vida “seglar”.
Hoy ya no. Tras un primer momento de sorpresa llegas a la siguiente conclusión: “si tenía dudas, para ser un mal sacerdote, para vivir una mentira, mejor que lo haya dejado”. Y efectivamente, para ser un mal sacerdote, mejor no serlo. Para vivir una mentira, mejor un cambio.
Pero... ¿qué es ser un mal sacerdote? ¿Qué significa vivir una mentira?
jueves, 8 de septiembre de 2011
Oponerse al mal
Pueden leer la noticia en Zenit (http://www.zenit.org/article-40195?l=spanish), no me la invento: un grupo de peregrinos irlandeses durante la pasada JMJ logró disuadir a una pareja de abortar a las puertas de la clínica...
Quiero creer que aquel día se salvaron tres vidas: las del crío (o cría) y las de sus padres. En un aborto no fallece solamente aquél al que no se deja nacer. De alguna manera —y mucho más dolorosa y permanente— también mueren los que le llevan a la muerte.
Quiero creer que aquella pareja no varió sus planes sólo por coacción o miedo. Quiero creer que no volvieron a intentarlo al día siguiente. A la semana siguiente. Al mes siguiente. Quiero creer que aquellos padres sólo necesitaban un ligero empujón, una suave ayuda, para hacer el bien, para obrar correctamente, para aceptar plena y responsablemente su paternidad gozosa.
jueves, 1 de septiembre de 2011
¡Benditos padres!
Imaginen la situación. Tienes cinco hijas, y cuatro se meten monjas. Busquen reacciones en su interior. A priori parece duro. Sinceramente, así a bote pronto, no sé qué sería lo primero en pasar por mi cabeza.
Te casas. Haces planes con tu pareja. Crías y cuidas de tus hijas. Les das educación, comida, vestido, cariño y, sobre todo, un modelo de vida espiritual. Lo haces lo mejor que puedes y sabes, porque los niños siguen viniendo sin manual de instrucciones y no hay dos recetas iguales que funcionen.
Crecen. Llega la adolescencia y la rebeldía. Las riñas y tensiones. La negociación. Pero las cosas salen bien. Son buenas chicas y te sientes feliz de haber hecho un buen trabajo. Pronto llegará el problema de los novios, matrimonios y, con suerte, los nietos que volverán a traer alegría a la casa.
Pero antes de que eso ocurra, llega la mayor y te dice que Dios le llama y va a ingresar en una orden religiosa. Quizá en ese momento te alegras y te sientes orgulloso/a. Dependerá de padres, pero los hay que siguen considerando un privilegio que uno de tus hijos consagre su vida a Dios.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)