Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 28 de julio de 2011

Silencios forzosos


¿Se imaginan pasar 23 años de su vida postrado en la cama de un hospital sin poder comunicarse con el exterior, pero plenamente consciente de cuanto ocurre y se dice sin que nadie se percate de ello? Eso exactamente le pasó a un paciente belga, Rom Hoube, que hasta el año 2009 fue mal diagnosticado como un caso vegetativo cuando, en realidad, sufría una enfermedad aparentemente mucho más cruel: el síndrome del cautiverio.

El llamado síndrome del cautiverio es un trastorno causado la mayoría de las veces por una lesión cerebro-vascular que hace a quienes lo padecen prisioneros de su propio cuerpo. La única forma que tienen, y no todos, de entablar relación con quienes les rodean es a través del parpadeo. En sus casos más extremos, ni eso.

Sin embargo, un estudio ha revelado que la mayoría de estos pacientes, al cuidado de sus familiares, no son desdichados. Según un equipo de las universidades belgas de Lieja y Bruselas que ha preguntado a 168 “cautivos'”, miembros de la Asociación Francesa para el Síndrome del Cautiverio, sobre su historial médico, su estado emocional, su participación en actividades cotidianas y sus opiniones sobre el final de la vida, mediante unas encuestas adaptadas a sus posibilidades de comunicación, el 72% ha declarado ser feliz y, de ellos, la mitad querría ser reanimado en caso de sufrir un paro cardiaco. Por su parte, un 28% de los encuestados ha reconocido su infelicidad y haber pensado en la eutanasia o haber tenido ideas suicidas, además de depresión. Un alto número de estos últimos eran enfermos recientes de este síndrome, tal y como señala el profesor Steven Laureys, del Departamento de Neurología de la Universidad de Lieja y coordinador del trabajo, quien apunta que "quien sufre esta enfermedad debe recalibrar y reorganizar sus necesidades y valores. Las prioridades cambian y hay que aprender a adaptarse a la nueva situación".

La verdad es que personalmente se me ponen los pelos de punta de pensar en esa posibilidad. Demasiado tiempo para pensar, para soñar, para estar a solas con uno mismo y, con un poco de suerte, con Dios. No porque Dios no vaya a querer estar, sino porque en esas condiciones quizá ni le dejáramos sentarse a nuestro lado.

Ante la enfermedad grave hay quien refuerza su fe y quien reniega de ella, quien reafirma el valor de la vida y quien se ofusca en ponerle fin, quien encuentra una oportunidad en su sufrimiento y quien muere en vida.

¿Son o no son héroes anónimos?

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