Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 5 de mayo de 2011

Ser testigo


Es un ritual. Apenas abre los ojos por la mañana lleva su mano al cuello en busca de la cadena. Y siguiéndola, llega a un anillo y a una cruz...

El anillo era de su marido. Hace unos años que falleció de una corta pero intensa enfermedad. Ese pequeño roce le hace sentir todavía su calor, su presencia. La cruz era de su madre, y antes había sido de su abuela.

De los dedos a los labios. Un beso para sus tres amores: su madre, su marido y Dios. El destino quiso que no tuvieran hijos. Por no haber, no hay ni sobrinos. Está sola, pero no se siente sola...

Asearse, vestirse, desayuno para uno y a la calle. Cuando llega al trabajo, siempre diez minutos antes de la hora, busca con un dedo en torno a su cuello la cadena y saca por encima de su ropa la cruz y el anillo.

No es el mejor ambiente para hacerlo. Seguro que no es la única católica en aquellas oficinas, pero con lo que está cayendo contra los católicos, pocos se atreven a manifestar su fe en público.

Fueron precisamente los comentarios, las mofas y las burlas de sus compañeros de trabajo los que la llevaron a tomar aquella decisión hace unos meses. Desde entonces ha notado alejamientos, miradas y hasta algún cuchicheo. Pero ella sonríe a todo el mundo, procura ser amable y solícita, cumple con su trabajo, muestra orgullosa su crucifijo sobre la ropa e inicia cada jornada en su mesa de trabajo con una pequeña oración (en silencio, eso sí).

Sólo hace una pequeña pausa a media mañana para tomarse un café y hojear las diez primeras páginas del periódico. Cinco minutos no dan para más.

Aquella mañana viene en portada la noticia de cuatro mujeres detenidas en Francia por llevar el velo islámico integral. No es que ella esté a favor del velo, ni comprenda su uso, pero le llama la atención la determinación de esas personas que, por convicción religiosa, están dispuestas a enfrentarse a la ley y asumir las consecuencias.

¿Estaría ella dispuesta a hacer lo mismo si le prohibieran mostrar su cruz, si su trabajo dependiera de ello? ¡Ojalá no tenga nunca que saberlo! —se responde a si misma.

Quizá ella no lo sabe, pero yo estoy convencido de su respuesta. Y ese día, espero que muchos no la dejemos sola.

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