Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 7 de abril de 2011

No perder el tiempo


Digamos que se llama Juan. En realidad, no sé su nombre. Más de una vez le he visto en una parada de Taxis concreta. Claro que eso no es extraño, porque Juan —o el que sea su nombre real— es taxista.

A veces le he descubierto de tertulia con sus compañeros de profesión. Pero en otras ocasiones le he encontrado sentado en su taxi, un poco escondido —mejor, apartado— con las cuentas de un rosario entre sus dedos. Rezando, sí. ¡Y el Rosario!

Cada uno invierte esos pequeños tiempos muertos que surgen a lo largo del día como quiere. Son cortos para muchas cosas, pero suficientes para un cigarro, un café, o una breve tertulia... Normalmente, Juan no desoye la llamada de sus congéneres y hace todo eso. Pero de vez en cuando, le reserva algunos de esos minutos sueltos a Dios.

Sin importarle si tendrá tiempo o no de acabar de rezar el Rosario, Juan va dedicando pequeños tiempos a lo largo del día. “Al menos completo uno al día. Me da calma. Y hace falta rezar mucho por este mundo”.

La verdad es que ignoro si el rezo hace a Juan mejor conductor o más amable con sus clientes. Pero desde luego, no sólo no hace daño a nadie, sino que estoy convencido que sus oraciones llegan donde han de llegar y son escuchadas.

¡Qué poco cuesta dedicarle unos minutos a un café o a un cigarro —aunque con la Ley Anti-tabaco, ahora un poco más— y no a hacer algo por los demás!

Porque cuando Juan reza, lo hace por todos. Incluso por lo que no rezamos. También por los que ni creen. Cuando Juan reza invierte su tiempo en nosotros. Por eso Juan —o como se llame— es uno de esos héroes anónimos.

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