Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 31 de marzo de 2011

Ayuno


Su abuela le da cada sábado dos euros antes de ir a la parroquia. Normalmente, se guarda uno, y el otro se lo gasta en golosinas al final de la tarde en un kiosko cercano.

Sin  embargo, hoy, en la misa, les han hablado de la Cuaresma y del ayuno y, de repente, las dos monedas en su bolsillo han comenzado a calentarse. Escuchando las explicaciones del sacerdote ha comenzado a sentir algo diferente. Y esas dos monedas, cada vez, pesan más...

Cuando acaba la celebración, sus amigos corren a comprar sus chucherías, pero él se queda rezagado. Todavía en el pasillo central del templo, saca las dos monedas y las mira. La semana ha sido dura. De exámenes. Le apetecen unas fresas, nubes, pipas, ...

Le apetecen mucho. Se las merece. Se las ha ganado, pero...

Junto a la puerta de salida hay un pequeño buzón con una inscripción: “Cáritas”. Parado frente a él, el chaval —que apenas tiene 11 años— mira una vez más sus monedas. En realidad, el puño cerrado que las aprisiona. Quizá todavía es joven para comprender que son esas dos monedas las que encadenan sus manos, y no al revés.

No sin dolor abre el puño y, con la otra mano, coge la primera de las monedas. La acerca a la ranura y la echa dentro. El sonido metálico al chocar con otras monedas —no muchas, la verdad— le hace plenamente consciente de que ya no volverá a verla, que ya no es suya. Ahora es de Cáritas. Y aunque no tiene muy claro todo lo que hace Cáritas, recuerda lo que sus padres le han dicho, y la operación kilo en Navidad. De alguna u otra forma, ese dinero ayudará a otros que lo necesitan más que él. Eso, lo sabe.

El chico da la vuelta y llega hasta la puerta con el euro que le queda en la mano. Próxima parada, la tienda de chuches. Pero allí está. Algo se interpone en su camino. Alguien, mejor. Una mujer. Se suele poner en la puerta del supermercado y la gente le da alguna cosa de las que llevan en las bolsas. Su madre lo ha hecho más de una vez.

Hace frío y llovizna, pero la mujer está allí, con la mano extendida, dirigiendo su mirada y sus saludos a los adultos. Por eso, su cara de sorpresa es mayor cuando nota el contacto con las manos del niño, con sus dedos, mientras deposita la segunda de las monedas.

En el fondo, no sabe muy bien por qué lo ha hecho. Simplemente sentía que debía hacerlo. Es más, que quería hacerlo.

Con las manos en los bolsillos y sonriendo, el chaval pasa frente a la tienda. Mira al interior y ve a sus amigos pidiendo, pero él no se detiene. Llueve, hace frío y, sin embargo, él ni lo siente. Lo que pasó con sus dos euros siempre será un secreto.

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