Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 14 de abril de 2011

Hasta que Dios quiera


Está en el filo de la navaja. Y lo sabe... La edad no perdona. Todavía se vale por sí mismo. Más o menos. Pero el día menos pensado...

Es un sacerdote jubilado. Bueno..., en realidad un sacerdote nunca se jubila: es sacerdote hasta que Dios quiera. Pero con su edad y su salud ya no puede continuar al frente de una parroquia. Por eso lo de jubilado.

Despierta y reza sus oraciones. En ellas repasa tantos rostros que sus viejos ojos han conocido y que a duras penas su boca es capaz de poner nombre, que se le va el tiempo sin darse cuenta. Después se viste y desayuna, y a las siete ya está en la calle.

Incluso en verano, a las siete de la mañana y a su edad hace frío. Pero él tiene algo que hacer. A las siete y media le esperan. Apenas una docena de religiosas de clausura. Quizá menos. Ni recuerda cuándo empezó a celebrar Misa para ellas. Pero alguien tiene que hacerlo y ésta es una buena razón para seguir viviendo...

Durante el camino sólo está pendiente de llegar a tiempo. Ningún reproche. Ningún arrepentimiento. Renunció a su familia presente y posible precisamente para esto. Sabía de antemano que envejecería solo. Que durante su tiempo de párroco tendría muchas familias, pero que éstas quedarían atrás una y otra vez con cada cambio de parroquia. No en su corazón, pero sí en el contacto, en el calor del trato cercano.

¿Cuántos saben dónde está su antiguo párroco? ¿Cuántos le visitan alguna vez? ¿Cuántos nos acordamos de ellos en nuestras oraciones? Pues este sacerdote sí lo hace. Porque cuando termina su “obligación” diaria, cuando cumple con las hermanas, ya no tiene otra cosa que hacer durante el resto del día: rezar por todos y cada uno. Ahí es poco...

Puede que haya quien piense que a este sacerdote le sobran dos tercios de cada día. O dos terceras partes de su vida, porque no tiene nada con que llenarlas. Como si un poco de conversación con los hombres y con Dios no fuera razón más que suficiente.

Un día este sacerdote no llegará a Misa. Las religiosas darán la voz de alarma. Algunos dirán que para él ya ha llegado la hora del descanso. Yo estoy seguro que un sacerdote así seguirá bregando en el Cielo..., intercediendo por cada uno de nosotros ante Dios, como ya viene haciendo desde que se hizo cura.

A veces me parece que olvidamos que somos inmortales y que tras esta vida nos espera otra, la que de verdad vale la pena.

Cada vez que me cruzo con este sacerdote me lo recuerda.

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