Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 1 de noviembre de 2012

Llenar la soledad...


Tiene 84 años y hasta hace un mes todavía cuidaba de su marido de 88 con algunas ayudas puntuales. La semana pasada un médico, con la mejor de las intenciones, casi le da un disgusto al decirle que no puede seguir cuidándole y que lo mejor que podría hacer la familia es ingresar al anciano enfermo en una residencia. La mujer tiene asumido que ese momento puede llegar, pero no quiere que sea antes de hora. Quiere que sea el último recurso, cuando ya no quede otra opción...

Varias semanas en el hospital dan para ver muchas cosas. Ancianos enfermos abandonados es una de ellas. Familiares y médicos que buscan dónde aparcarlos es otra. Jóvenes profesionales cariñosos, también.

Ingresar a un anciano enfermo en una residencia especializada no tiene por qué significar un acto de abandono. Puede ser una necesidad y hasta la mejor opción clínica para él. Aún así, al menos a ciertas generaciones, sólo plantear esta posibilidad nos produce un profundo dolor en el corazón. Y en el alma.

Hay congregaciones religiosas dedicadas precisamente a desarrollar esta labor de acompañamiento de la soledad. Bienaventuradas sean. Como bienaventuradas todas las personas que trabajan en estas residencias que miman y aman a perfectos desconocidos. Pensar en sus cuidados es el mejor consuelo para aquéllos que no tienen otro remedio que utilizar sus servicios...

De momento, nosotros esperaremos.

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