Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 15 de noviembre de 2012

Gracias...



Ayer enterramos a mi padre. Bueno... En realidad enterramos su cuerpo, porque su recuerdo y el poso que dejó en cada uno de los que le conocieron permanece, y su alma ya vuela de regreso hacia la casa del Padre.

Ayer enterramos su cuerpo y hoy, que los dedos duelen un poco menos, y el cansancio me ha dado un respiro, quiero dejar por escrito mi agradecimiento.

Agradecimiento primero a Dios, por mi padre y por mi madre. No me siento capaz de enumerar todo lo que he recibido sin olvidarme de nada: amor y cariño, educación en el esfuerzo y la responsabilidad siempre desde el respeto y la libertad, ... Como le gustaba decir, su santo —San Francisco de Asís— valía por seis. Dicen que el nombre nos marca. En el caso de mi padre, doy fe.

Gracias también a Dios porque ha permitido que mi madre pudiera cuidar y acompañar a su esposo hasta el último minuto, por haberles dejado disfrutar de un último noviazgo ya en el lecho del hospital donde pudieron celebrar sus bodas de oro con una lucidez —la de mi padre— que hace meses que le había abandonado. Fue un regalo inesperado, un milagro, una gracia.

Es cierto que en más de una ocasión en este último mes y medio me he descubierto a mí mismo interrogando y reprochando a Dios por alargar innecesariamente este último tramo de vida de papá. Dos días después —y como yo mismo ya sabía antes, incluso cuando me quejaba— he de reconocer que lo ha hecho muy bien, y que sabía mejor que yo lo que se hacía. ¡Chapeau, Señor! ¡Te has portado!

Este mes y medio nos ha dado tiempo a despedirnos, a prepararnos, a amarnos con mayor intensidad, a valorar nuestros tiempos. Este mes y medio nos ha ahorrado lo peor de la evolución del Parkinson que estaba todavía por llegar. En este mes y medio pudimos ser testigos —y beneficiarios— del milagro de la sanación —aunque solo fuera temporal— de un cuerpo y una mente. En este mes y medio he visto cómo el amor verdadero todo lo puede: hasta el penúltimo día mi padre devolvió cada beso que mi madre le daba, incluso cuando peor estaba...

En este mes y medio hemos podido comprobar la fuerza de la oración y cómo todo lo que hemos pedido se ha cumplido: que fuera un tránsito sereno, tranquilo y sin dolor, que no hicieran falta medidas extraordinarias, que muriera en su cama. Y así fue: se durmió a las 11 del lunes y falleció a las 3 de la madrugada del martes sin dolor, en silencio, en su casa...

Gracias, Dios mío, gracias.

Mi agradecimiento también a todos los que se han hecho presentes para acompañarnos. Gracias por su cercanía, sus abrazos, sus oraciones, sus palabras. A los que lo hicieron por teléfono, por correo o por mensajes. A los que lo hicieron en persona. A los que lo intentaron y se perdieron y acabaron llorando impotentes en otro pueblo. A los que se adelantaron —abriendo un hueco en una agenda imposible— incluso a nuestra llegada al tanatorio. A los que rezaron y celebraron misas por su alma. No me veo capaz de nombraros a todos, pero de todos mi alma guarda recuerdo y constancia. A todos, gracias.

Y por supuesto, gracias a mi familia. A mi madre que todavía anda preocupada por mi fiebre. A mi mujer y a mi hija, a mis primos y primas, a mis “tetas” adoptivas, a mis “pacos” y a mis “pepes”, a los “betanios”, “naos” y “juniors”, a los que hace tiempo que no veo, y a los que os veo todos los días. A todos os he sentido familia.

Ayer enterramos a mi padre, sí. Pero lo más importante de él está con Dios; lo segundo, con mi madre, y conmigo... Y con su nuera, su nieta y sus sobrinos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario