Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 9 de febrero de 2012

Reparar y prevenir


Del 6 al 9 de febrero se ha celebrado en Roma  el simposium internacional “Hacia la curación y la renovación”, en el que la Iglesia busca desarrollar un íter que ayude a la reparación y sanación de las víctimas de los abusos a menores cometidos por clérigos, además de estudiar las condiciones para evitar que pecados similares puedan volver a ocurrir en el futuro.

Precisamente, como afirma Benedicto XVI, la curación de las víctimas deber ser "la preocupación prioritaria" de la comunidad cristiana y tiene que ir unida a una "profunda renovación de la Iglesia en todos los niveles".

Que nadie se equivoque. El Papa no está hablando de indemnizaciones económicas. De eso se encargarán los tribunales. Tampoco se está refiriendo a actos públicos de desagravio. Eso ya lo viene haciendo con el reconocimiento público del problema que, desde hace tiempo, se viene realizando, con las distintas expresiones de lamento, culpa y perdón, y con la atención personalizada que el propio Santo Padre ha tenido con las víctimas de los abusos. Tampoco tiene que ver con el “castigo” a los culpables, porque esto también es cosa de los tribunales humanos y de Dios que incluso, en su infinita misericordia, puede llegar a perdonar a tales pecadores.

El llamamiento de Benedicto XVI es más profundo, e infinitamente más importante. Habla de curación. Habla de almas, de fe. Porque aún con la gravedad del daño físico, psíquico y moral que pudiera haberse causado a las víctimas, el peor de todos los males sería la pérdida de la fe, el distanciamiento de Dios y de su Iglesia, la perdición del alma...

Un total de 4.000 casos de abusos sexuales a menores por parte de clérigos llegaron a la Congregación para la Doctrina de la Fe en los últimos diez años, según el prefecto de esa congregación, el cardenal William Levada, que ha admitido que la respuesta de la Iglesia no siempre fue la más adecuada.

Muchas de esas personas pueden haberse alejado de la Iglesia y de Dios. Es comprensible, pero trágico. Otras, gracias a Dios, siendo víctimas, no se han cerrado en su dolor, continúan en la Iglesia y se preocupan activamente de la reparación y atención a otras personas en su misma situación. Algunas de ellas han participado en el simposio.

Estas personas son nuestros héroes anónimos hoy. Y como ellas, todas las que, aún no recibiendo el trato digno que toda persona merece, permanecen fieles a Dios y a su Iglesia.

Es cierto que hay límites que nadie debería cruzar. Los miembros de la Iglesia, menos que nadie. Pero no se puede decir, sin faltar a la verdad, que la Iglesia oculta su vergüenza, que deja de pedir perdón, que no busca reparar el daño causado, y que no está comprometida para que esto no vuelva a suceder.

No es consuelo, pero ninguna otra institución o colectivo ha hecho lo mismo nunca ante los males causados por algunos de sus miembros. Ni lo hará, si no parte de la esperanza en la misericordia y bondad de Dios que permanece abierta especialmente para la víctima, pero también para su verdugo...

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