Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 20 de octubre de 2011

Nadar contracorriente


No es fácil. Al menos, hacerlo siempre. Todos en algún momento hemos realizado algún acto heroico, de rebeldía, contrario al sentido común y a las reglas que imperan en nuestro entorno. Y lo hemos hecho por amor, porque en nuestra conciencia sabíamos que no hacerlo sería injusto, que sería una traición a Cristo y a nosotros mismos, que era, simplemente, lo que tocaba.

Lo cierto es que hacerlo de vez en cuando es posible, pero ser fiel y estar dispuesto a nadar contracorriente a lo largo de toda una vida —o la mayor parte de ella, porque siempre habrá momentos en los que, cansados, nos dejemos llevar— es muy complicado y roza lo imposible... Diría que sin la ayuda del Espíritu no puede hacerse.

Son estos nadadores personas que no se mueven en los parámetros del éxito mundano del poder y la gloria. Son artífices que prestan su servicio sin poner condiciones de ningún tipo y, muchas veces, sin gratificación por parte de otros. ¡Parece mentira lo que cuesta dar las gracias cuando es atención gratuita lo que recibimos, y lo muy dados que somos a ese agradecimiento cuando el servicio es remunerado! Es ilógico, pero es así en un gran número de casos.

¿No me creen? Piensen: ¿cuántas veces le han dado las gracias a una cajera de supermercado por devolverles el cambio —con o sin sonrisa— y cuántas veces le han agradecido al sacerdote su atención tras la celebración de la Eucaristía o la administración de un sacramento, o a quien cocina en casa por la comida? ¡Pues a eso me refería!

Sin la fuerza del Espíritu no podrían. Esas personas son héroes, especialmente, porque reconocen su impotencia y piden ayuda al Único que nunca falla. Son héroes porque se dejan guiar por Dios, porque confían en Dios, se fían de Él, se ponen en sus manos...

Sólo así puede explicarse la existencia de estas personas que, sin ser conocidas ni reconocidas, sin grandes actos ni declaraciones, son capaces de poner su grano de arena, son capaces de cambiar el mundo.

Sólo desde la fuerza del Espíritu y la respuesta generosa a la llamada se entiende que alguien —aún de forma individual— hace lo que debería hacer el grupo al que pertenece y que, no pocas veces, se autodenomina cristiano.

Sólo desde la fuerza del Espíritu y la confianza en Dios se entiende que una persona siga exponiéndose y clamando en el desierto, incluso, en aquellos ambientes que ya fueron regados y presumen de ser fermentos para el Reino de Dios.

Porque si nadar contracorriente en la sociedad en general es complicado, dentro de comunidades eclesiales acomodadas y/o acobardadas y/o descafeinadas, todavía lo es más. Mucho más. Muchísimo más. Infinitamente más.

Duele golpearse contra el muro de la incomprensión cuando la pared está en la propia casa. Duele tener la sensación de extranjería en tu propio hogar. Duele comprobar que el miedo o la historia atenazan las alas de aquéllos que están llamados a volar más alto para ser ejemplo. Duele quedarse y seguir en esas condiciones. Duele tanto como para estar dispuesto a plantearse un período sabático, un mutis desapercibido por el fondo de la sala, un emigrar a otros aires.

Supongo que, en esos casos, la verdadera heroicidad consiste en continuar en la plena confianza de que la gota de agua vence a la roca, de que no es tu obra sino la de Dios y que Él nunca dejará de velar por ella, incluso cuando tú ya no estés, que no puedes dejar que tu silencio ahogue la voz de Dios.

O quizás debas plantearte que tu función ahí ya ha concluido, que lo que sembraste en su momento ya florecerá si era obra de Dios, cuando Él quiera, y que otros deberán coger el testigo que dejas. Que la obra del Señor es demasiado grande para apoyarla únicamente en tus espaldas. Que tú sólo eres una nota en una gran sinfonía. Que tienes tu momento y tu lugar para sonar y para dejar de hacerlo. Que quizá ha llegado ese momento.

¿Qué clase de nadador contracorriente serías tú? Yo, por mi parte, hoy no lo tengo claro. Al comienzo siempre es difícil saber si es un simple nublado, un chispear, lluvia de primavera, tormenta de verano o diluvio universal...

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