Hoy se celebra la festividad del patrón de los periodistas, San Francisco de Sales. Permítanme traer a este blog hoy, por tanto, a los héroes de esta profesión. A esos héroes a los que ustedes no conocen. A héroes que, necesariamente, no tienen por qué morir en el ejercicio de su labor de mantenernos informados, ni batirse el cobre por destapar la corrupción o defender la democracia.
Permítanme hoy hablarles de verdaderos profesionales, no siempre titulados ni reconocidos, que han hecho y hacen posible los medios de comunicación católicos desde la gratuidad.
Me refiero a esos héroes voluntarios que mantienen laboral y económicamente buena parte de la programación de radios, televisiones y diarios diocesanos. Colaboradores que nunca han cobrado un céntimo, ni lo han pedido. Hablo de personas que, de su propio bolsillo y en su tiempo libre, mantienen abiertas iniciativas en Internet, o diseñan la página parroquial en sus parroquias.
La Iglesia nunca hará justicia suficiente con estas personas. Con todas ellas. Puede que las loas y el honor llegue a algunos más significados, pero en la inmensa mayoría de los casos su labor callada, silenciosa, humilde y vitalmente necesaria pasará a la historia sin reconocimiento alguno, y sin que ellos lo reclamen.
A ésos que, como San Francisco de Sales, nunca serán reconocidos como auténticos periodistas, que nunca venderán su trabajo desinteresado ni cobrarán por el mismo, démosles hoy un fuerte aplauso. Mañana, dejémosles seguir evangelizando desde el anonimato.
Y al resto de periodistas, titulados o no, trabajando o en el paro, especialmente a los que realizan jornadas inhumanas motivadas en la esclavitud de la noticia, en la escasez presupuestaria, o en la poca capacidad organizativa de directores y empresas, a los que viven con infrasueldos y amenazas permanentes sobre sus cabezas, feliz día en su fiesta.
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