Pasan desapercibidos. Casi ni nos damos cuenta. Pero están ahí. A su manera son héroes. Nadie les pondrá una medalla, ni tendrán homenajes. Probablemente, ni se hable de ellos. Al menos aquí, sí escribiremos...

jueves, 6 de diciembre de 2012

Paciencia con Dios


No me cabe duda de que Dios tiene mucha paciencia con nosotros, pero nosotros o la tenemos con Él. Obviamente, las razones son distintas.

Normalmente, cuando le pedimos algo a Dios esperamos resultados rápidos, como si fuera un mando a distancia. Somos cortoplacistas. Nos preocupamos del mañana inmediato, e incluso del ahora mismo. Y aquí es donde deberíamos ser pacientes con Dios. No porque no pueda con todo —y todos— a la vez, sino porque su reloj y su calendario no es el nuestro. Su visión es a largo plazo.

Que se lo digan, si no, a una familia italiana que, tras diez años en coma, recuperó a uno de sus miembros. Leía la noticia en ACI Prensa el pasado día 6.

Max tenía sólo 20 años cuando quedó paralizado como “un tronco muerto sin posibilidad alguna de recuperación”, tal como los médicos le diagnosticaron el 15 de agosto de 1991, cuando sufrió un terrible accidente de auto.

Imaginen la desesperación de su madre. Y su coraje cuando el hospital dejó de atenderle —ya no podían hacer nada más por él— y tuvo que llevarlo a su casa para cuidarlo sin ninguna esperanza...

Imaginen levantarlo, cambiarlo, alimentarlo, acostarlo, hablarle, besarle, abrazarle... sin respuesta alguna. Y sin embargo, Lucrecia —así se llama esta mujer— nunca dejó de hacer la señal de la cruz sobre su hijo cada noche al acostarle y rezar junto a él durante casi diez años.

Pero, como les decía, los plazos de Dios son otros. Justo cuando la esperanza y las fuerzas de Lucrecia flaquearon, la noche del 28 de diciembre de 2000, Dios obró su milagro.

Tras más de 3000 signos de la cruz sobre un cuerpo vivo, pero inerte, Lucrecia se sintó aplastada por el peso de un futuro sin luz. Aquella noche se sentía incapaz de santiguar a su hijo y de rezar junto a él. Y así se lo dijo. Pero entonces, la mano de Max se alzó y él mismo realizó la señal de la cruz y se abrazó a su madre.

Desde entonces ha ido mejorando. Es cierto que no ha regresado a una vida normal, pero puede expresarse y ser feliz.

Por cierto: fue consciente de todo lo que se le decía y ocurría a su alrededor durante su mal llamado estado vegetativo. Simplemente estaba esperando su momento. O mejor, el de Dios...

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